Uno de los objetivos de la eutonía es el desarrollo del yo-observador. Este aspecto fundamental de su práctica, instala la base para cualquier camino que desee emprenderse hacia el auto-conocimiento y el crecimiento personal o espiritual. La instancia basal necesaria es aprender a observarse. La eutonía finca este aprendizaje dirigiendo la atención, la conciencia a los procesos corporales, a los ritmos internos, a los pensamientos, sentimientos y todo lo que sucede en el interior de cada uno. Todos los principios eutónicos confluyen hacia este objetivo y colaboran para fundar una presencia, una conciencia de sí, que en el ingenuo vivir, no aparece, o lo está sólo de modo embrionario. Es despertar la conciencia, primero durante la clase o taller, mas luego, esa presencia perdura y aflora en diferentes momentos del diario vivir, durante la actividad cotidiana, en los intercambios vinculares, en la toma de decisiones.
La actividad de la conciencia no es continua sino que es intermitente, discontinua, a diferencia del inconsciente, que es un continuum, un estado constante. Actualmente, surgieron nuevos paradigmas con respecto al funcionamiento de la conciencia que abonan la teoría de que la captación consciente se da de manera intermitente, a intervalos de tiempo, con brechas de inconsciencia entre medio.
Ese funcionamiento del sistema nervioso humano es eficaz para la vida. El desiderátum es el despertar de la conciencia humanamente posible, haciendo que las brechas inconscientes a lo largo del tránsito vital, se reduzcan, posibilitando una experiencia vital plena.
La eutonía entrena la capacidad de estar consciente de sí, y a la vez percibir la presencia del otro y el contexto, y percatarse del diálogo, de la dialéctica entre ambos mundos; estar atento a una conversación, o cualquier situación que estemos viviendo, reconociendo el afuera y a la vez las resonancias internas, de modo que se aprende a existir despierto. Estar presente en la propia vida la mayor parte del tiempo posible, para que ella no sea “lo que sucede mientras estamos haciendo otra cosa”.
En las clases grupales, la práctica de contacto con otros estimula la capacidad para percibir a los otros y el entorno, manteniendo la conciencia de sí; una actitud de atención generalizada que permite percibir climas, matices de sentimientos, sonidos, formas, colores, situaciones tanto como lo que se halle en el centro de la atención. Sería algo así como la luz difusa de una lámpara, que si bien parte de un centro, ilumina un radio amplio, alumbra rincones, proyecta su luz hacia un espacio mayor.
Con la práctica, comienza a aparecer una cualidad de conciencia más intensa, receptiva e interactiva, que da brillo a todo aquello en lo que se posa y a la vez, dinamiza el interior. Se establece un diálogo fluido entre el mundo interno y el externo, interactuando y nutriéndose, en un intercambio espontáneo y mutuamente enriquecedor. Sucede en la comunicación con el otro o en la creación artística y en la vida misma. Lo invisible, lo inefable de la presencia, de la calidad de la conciencia, se percibe. Da peso a la existencia. Es un estar en el mundo, consistente, vital, un camino que puede acercarnos a descubrir la maravilla de la vida.
Eut. Leticia Aldax