EUTONÍA ¿Para qué? ¿Para quienes? ¿Cuándo?

 Ningún encuentro sucede por casualidad. No es casual que estés leyendo estas líneas, ni que estemos hoy aquí, reunidos en torno de este fogón imaginario. Infinitas causas y concausas, elecciones individuales, decisiones se fueron entretejiendo hasta encontrarnos en este instante, único. Hay algo entre nosotros que nos une, nos congrega en comunión, común-unión: si llegamos hasta aquí, es porque somos esencialmente buscadores. Diría con certeza, que todos llegamos hasta aquí con alguna pregunta o miles de ellas; una inquietud por responder, un dolor físico, una tristeza, algo que nos conmueve, o aun la búsqueda de sentido. Y ninguna indagación es superflua ni vana…Esa es nuestra común-unión: compartimos el anhelo de la búsqueda. En tal sentido, no estamos solos.
¿Qué puede aportar la eutonía a nuestra búsqueda? Creo que ella nos da el punto de partida  esencial, compartido por muchas disciplinas orientales y occidentales: el aquí y ahora. La atención que convoca, nos sitúa en el llamado estado de alerta plena. La puerta de acceso a ese estado —en eutonía— es lo corporal: el registro del cuerpo, las sensaciones, las repercusiones corporales del sentir, hallando qué es lo que impacta, cómo impacta, y la posibilidad de intervenir conscientemente ante lo hallado. Aporta la conciencia desde el sentir, desde lo corporal, el material sensible con el que llegamos al mundo para este tránsito humano.
La eutonía aporta el discernimiento, la claridad de los sentires, que a veces son marañas inexplicables, inentendibles que nos toman y nos manejan como títeres. Impulsos, emociones, desbordes que nos alejan del sentimiento real, que agobian, desnutren el amor hacia uno mismo y a los otros, creando abismos infranqueables en los vínculos.
El registro corporal nos trae necesariamente el AQUÍ Y AHORA; nos centra, nos vuelve al eje, al encuentro del yo, del sí mismo, del alma, del ser, de la sabiduría interna, cualquiera sea el nombre que cada uno elija según creencias o ideologías, para nombrar ese contacto interno.
No es egoísmo. Es profundidad, contacto interno que encamina a ir hallando la coherencia entre el sentir y el hacer,  tarea nada sencilla…Es herramienta para actuar con autenticidad, es decir, ser uno mismo, no traicionarse.
 No se trata ir cometiendo “sincericidios” o actos de crueldad, porque es lo “que siento”. Es indagar en lo íntimo, y desde allí, accionar con discernimiento y “tacto” hacia lo que sea auténtico, sea una caricia, un límite, un reclamo, un acercamiento, un adiós, un agradecimiento, una disculpa, un perdón. Con lo cual, esta mirada interna, no nos aleja del otro, sino lo contrario, nos invita a un cuidado en los vínculos.
No es aislamiento, o ensoñación, que nos encapsula lejos del otro o lejos del mundo, sino todo lo contrario, mayor contacto con los vínculos elegidos conscientemente (o re-elegidos), con discernimiento, intención y libertad. Y libertad también con respecto a nuestras propias cadenas, esas del impulso, la emoción desbordada, los patrones de conducta, los patrones emocionales…
Lo aprendido, mejor dicho, lo aprehendido, en un taller o una clase de eutonía, se instala… se lleva incorporado, in-corporado, en el cuerpo, y me refiero a  nuestra integridad de cuerpo, emociones, sensaciones, alma… Eso irá apareciendo en el vivir cotidiano, casi sin pensarlo, o a veces de manera consciente, trayéndolo en distintos momentos. Se irá haciendo el hábito —muchos ya lo conocen— de lo in-corporado, cinco o diez minutos en el día, o en el transcurso mismo de lo cotidiano. Se va asumiendo “la vida como monasterio”, como práctica diaria, el estar presente en cada instante de la vida. No es necesario un lugar o un tiempo. Es llevarse consigo mismo a donde quiera que vayamos. No vale la asepsia de un laboratorio, sino la propuesta es hacer un laboratorio de lo cotidiano. Labor-oratorio, labor, trabajo, en el sentido de dedicación a una tarea, en oración, en el sentido de recogimiento, manteniendo la mirada interna en el devenir diario;  comunión con uno mismo, con Dios, con el Universo, con el alma, según cada cual lo nombre. Cada uno elije cuando practicar su monasterio, su laboratorio…Y la buena nueva es que si bien la búsqueda es personal, no estamos solos en el anhelo.
Somos una gran trama humana, unida por hebras invisibles, en la misma pasión que es para mí, honrar la vida.

                                                                                                                      Eut.Leticia Aldax